Una de las cosas que me hace ser profundamente feliz es ver, sentir y vivir el talento en todas sus múltiples manifestaciones. La alegría me llena el corazón y vuela el alma con la voz de Cesaria Evora, melodía de Astor Piazzolla o los cuadros de Pablo Picasso. Para mí contemplar el talento es unos de los mayores placeres de la vida, incluso por encima de aquellos que perjudican la salud, engordan o se consideran ofensivos para la mentalidad puritana. Yo soy así, qué le vamos a hacer, demasiado liberal para algunos, demasiado intelectual para otros, o demasiado estúpido para terceros. Y probablemente todos tienen su parte de razón.
Pero de todos los talentos y placeres habidos y por haber, hay uno que raya la ingenua genialidad, es el talento de vivir. Muy poca gente nace con él y aún menos son capaces de desarrollarlo a lo largo de su vida. Hoy quiero contar la historia de un cineasta, político, emprendedor y constructor de aviones Marcel Bloch, más conocido como Marcel Dassault, el precursor de la familia de reactores ejecutivos “Falcon” y los cazas “Mirage” y “Rafaele” entre otros.